Disponible en: http://recif.unam.mx/revista/article/view/29

Resumen
En la década de 1920, Edmond Locard logró resolver una serie de hurtos en la ciudad de Lyon, Francia. Lo único que tenía era una huella digital que habían encontrado en la escena del crimen; sin embargo, no correspondía a ningún criminal. Parecía todo en vano, hasta que se enteró del trabajo de investigación de Henry Faulds, quien mencionó que los primates también tenían huellas dactilares, como los humanos. Fue ahí donde Locard mandó reunir a todos los monos de Lyon y dio con el responsable, un mono adiestrado por un organillero para robar objetos brillantes. La investigación de las crestas de fricción de los primates se volvió un hito en la comunidad científica a mediados del siglo XX, implementando incluso una propuesta de sistema de clasificación de huellas para primates, parecido al de los seres humanos. Ya en el siglo XXI, el tema no ha tenido mucha trascendencia, sino hasta tiempos recientes donde se han reportado casos en los que monos han sido adiestrados para robar y han sido rehabilitados de esta conducta. La evolución de los primates en compañía con los seres humanos ha tenido un impacto de humanización sobre ellos, ya que replican las conductas que observan del ser humano, incluidas aquellas relacionadas con la comisión de delitos.